Sábado, 4 de mayo de 2024
Mató a sus padres a martillazos, escondió los cuerpos
Por la noche convocó a una fiesta descontrolada

Tyler Hadley había planeado el crimen durante varios días. Convocó a sus amigos para esa noche. Antes, atacó a Blake y Mary Jo por sorpresa. Las confesiones del asesino que ninguno de sus amigos creyó

La familia Hadley y el hijo problemático

Blake Hadley y su mujer Mary Jo se mudaron de Fort Lauderdale a St Lucie, dentro del estado de Florida, 24 años antes de ser asesinados. El motivo fue vivir cerca de los padres de Blake quienes ya eran mayores y los necesitaban cada vez más.

Al momento de morir, Blake tenía 54 años y era ingeniero en la planta nuclear de St Lucie donde había trabajado durante treinta años. Mary Jo era más joven: tenía 47 y se desempeñaba como maestra de un colegio primario donde era muy querida por sus alumnos.

En esos años en St Lucie la pareja tuvo dos hijos: Ryan y Tyler. Habían logrado construir una vida cómoda en una gran casa de madera blanca con tejas grises, rodeada por mucha vegetación. Tenían palmeras, arándanos, numerosos pinos y una pileta cubierta que unía visualmente la casa con el parque. La naturaleza los rodeaba. Era un sitio ideal para quienes buscaban vivir con tranquilidad. Pero lo cierto es que los adolescentes del lugar no disfrutaban de la quietud y la calma. Sentían que en St Lucie no había mucho para hacer. Los vecinos creyeron que ese era uno de los motivos del aumento del consumo de drogas y del vandalismo. El aburrimiento podía resultar fatal para algunos jóvenes.

Los primeros problemas con Tyler comenzaron cuando tenía 10 años. Su conducta empeoró durante el secundario. El menor de los Hadley se rateaba del colegio, no hacía sus tareas, tomaba alcohol y se drogaba. No demoró mucho en empezar a comprar y vender drogas de todo tipo. De la mano de esto, llegaron los primeros robos. Tyler iba escalando en sus hazañas delictivas. Terminó siendo arrestado por actos de vandalismo en propiedades ajenas y por hurtos.

Los Hadley no daban más con este hijo menor tan conflictivo.

Intentando rescatar a Tyler de esa situación concurrieron a especialistas y a clínicas de rehabilitación y de salud mental. Por consejo de los profesionales pusieron normas cada vez más estrictas, pero Tyler no colaboró.

En unas de las últimas vacaciones con ellos empezó a decir que él era mitad hombre y mitad mujer. Un tiempo después, afirmó que una mujer negra hablaba dentro de su cabeza sin parar. También tenía problemas con la comida: un día Ryan lo observó comer una pizza entera en pocos minutos. Luego lo vio meterse en el baño para, supuestamente, tomar una ducha, pero Ryan lo escuchó vomitar desde afuera.

Tyler se había convertido en un manual completo de desafíos para su familia.

En enero de 2011 Ryan, con 23 años, partió a estudiar al estado de Carolina del Norte. El matrimonio quedó solo con su hijo menor.

El 10 de abril de 2011, en la casa de un amigo, Tyler participó de una pelea que dejó heridos y terminó siendo arrestado. Pasó una semana en la cárcel.

Sus padres estaban preocupados. Sabían que en poco tiempo Tyler cumpliría 18 años y ellos perderían la poca autoridad que tenían sobre él. Por ello, en junio, invocaron la ley llamada Baker Act por la cual un padre, en el estado de Florida, puede internar por la fuerza a su hijo si hay riesgo para su salud o la del resto. Lo tenían decidido y se lo comunicaron. Pero ese programa pensado para rescatar a Tyler de las garras de las adicciones sería el principal disparador de sus asesinatos. Sin saber hasta dónde crecía la violencia interior de Tyler, los Hadley habían firmado su sentencia de muerte con el anuncio de una posible internación.

Las cosas se precipitaron luego de que una noche su hijo volviera totalmente borracho. Decidieron no esperar más y lo llevaron a una consulta con un psiquiatra a la clínica New Horizons, un establecimiento dedicado a problemas mentales. Al psiquiatra que los atendió le dijeron que temían que Tyler se hiciera daño a sí mismo.

En los quince días posteriores a esa entrevista, el matrimonio vio mejorar a su hijo. Parecía haber reaccionado bien. Estaban contentos. Mary Jo habló con una compañera de trabajo quien le preguntó si no tenía miedo de que su hijo drogado pudiera hacerle algo. Mary Jo respondió categórica: de ninguna manera. Nada era lo que parecía. Lo tenía calmado a Tyler era su propio plan para deshacerse de sus padres. Estaba pensando de qué manera podía asesinarlos.

El 2 de julio Tyler habló con una amiga por Facebook y le contó que su madre le había confiscado el celular y que deseaba matarla. A uno de sus más cercanos amigos le contó su plan e incluso le habló del festejo que haría luego de los crímenes.

Todos pensaban que eran tonterías de un chico aburrido.

Adiós mamá, adiós papá

El día definitivo en la vida de la familia Hadley, el 16 de julio de 2011, comenzó con mucha actividad.

A las 11.25 de la mañana Tyler habló con su amigo Antonio Ramírez por mensaje de texto.

Antonio: qué hacés esta noche?

Tyler:... tratando de tener una fiesta en mi cuna

Antonio: tus padres no están en tu casa?

Tyler: nop

Tyler: se están yendo pronto

A las 13.15, en su Facebook, posteó una invitación para su fiesta de esa noche. Escribió textual: “Fiesta en mi cuna esta noche… puede ser”.

Muchos pensaron que eso no podía ser cierto, los padres de Tyler no aprobarían ese tipo de celebración.

El plan final siguió marchando en la mente del adolescente. Fue alrededor de las 17 horas que Tyler procedió a hacer lo que tenía programado.

Primero, escondió los teléfonos celulares de sus padres. Luego, encerró en un armario bajo llave a su perra Sophie, una labradora negra, y al viejo beagle sordo y casi ciego. Temía que las mascotas pudieran entrometerse para defender a sus dueños. Tomó tres pastillas de éxtasis porque sabía que sobrio le costaría demasiado hacer lo que tenía que concretar. Sintonizó a todo volumen la canción Feel Lucky (Sentite afortunado) del rapero Lil Boosie. Eso evitaría que algún vecino pudiera escuchar los gritos si es que los había. La música le dio ánimo. Fue al garaje y tomó un enorme martillo de carpintero. Subió con el arma en su mano y se dirigió al escritorio familiar. Su madre estaba de espaldas, en la computadora. Se quedó observando cómo trabajaba durante varios minutos. Se preguntaba si convendría que ella fuera la primera víctima o si debía ser su padre. Pasados unos cinco minutos se decidió. Se acercó silenciosamente por detrás y descargó con toda su fuerza la herramienta contra el cráneo de Mary Jo. Ella llegó a darse vuelta y gritar “¿Por qué? ¿Por qué?”.

Su hijo no le prestó atención. Estaba muy concentrado en asesinarla con cada golpe. Blake, quien había escuchado los alaridos de su mujer, entró corriendo. Era un hombre grandote y pesado que medía casi 2 metros. Miró horrorizado a su hijo directo a los ojos y aulló: “¿¡Por qué hiciste esto?!!”.

Tyler le respondió sin empatía y con rabia: “¿¿Y por qué mierda no??”. Sin dudar un segundo se abalanzó sobre su padre que justo salió corriendo hacia su dormitorio. Lo alcanzó y comenzó a asestarle mazazos con el mismo martillo del que chorreaba la sangre de su madre. Se trenzaron, pero los impactos en cabeza, manos, pies y estómago lograron reducir a Blake. Le quebraron varios huesos y lo dejaron sin aire.

A pesar de la diferencia de tamaños, Tyler medía 1,82 y pesaba 73 kilos, logró matarlo.

Cuando el silencio ocupó la habitación el adolescente se dio cuenta de que lo había logrado. Disfrutó del espectáculo de su hazaña por unos minutos y, luego, fue a buscar un par de toallas que utilizó para envolver las cabezas para poder arrastrarlos sin enchastrar todo. Colocó sus cadáveres en la master suite. Los puso uno al lado del otro, con las caras contra el suelo.

Se pasó las siguientes tres horas limpiando la sangre regada por pisos, paredes y muebles. Usó toallitas con lavandina y café para disimular olores. Cuando terminó, arrojó sobre sus cuerpos de todo: platos rotos, marcos de fotos de la familia sonriendo, sillas, sábanas, almohadas, mantas, libros.

Se metió en el baño, tomó una ducha y al salir se miró en el espejo. Empezó a reírse. Era feliz.

Con las tarjetas de sus padres fue a un cajero de ATM de donde sacó cinco mil dólares. Tenía que comprar bebidas y comida para la fiesta de esa noche. Tyler quedó grabado en las cámaras del cajero automático.

La fiesta inolvidable

A las 20.15 Tyler actualizó su estado y escribió: Fiesta en mi casa, confirmen por mensaje. Así convenció a sus incrédulos compañeros de que la fiesta era un hecho impostergable.

A partir de las 21 comenzaron a llegar los invitados.

Ashley Haze le mandó un mensaje preguntando qué pasaría si sus padres volvían a casa imprevistamente. Tyler respondió sarcástico: “Creeme que no lo harán”.

Les abrió la puerta a sus agasajados vestido enteramente de negro: remera larga, pantalón y zapatillas Nike Air Force. Iba y venía entre la gente. Tenía las pupilas dilatadas y se frotaba las manos nerviosamente. Cuando a las 23.30 llegó Mike Young, uno de los alumnos más populares del colegio, con diez chicos más, Tyler se sintió totalmente feliz. Con Mike presente la fiesta sería un éxito rotundo.

Los invitados invadieron la casa. Se tiraron sobre los sillones y pronto las botellas de cerveza comenzaron a apilarse por los rincones. Los adolescentes, sin reparar en nada, apagaban los cigarrillos sobre la alfombra y contra las paredes de la cocina. Se subían a las mesas ratonas del living para bailar al ritmo de la música. La casa estaba sembrada con papeles y sobras de comida, pero a Tyler solo le preocupaba el ruido. No quería que los vecinos se quejaran y llamaran a la policía.

Curiosos, sus amigos más cercanos, le preguntaron por sus padres. El respondió distintas cosas. A Mark Andrews le dijo que habían viajado al estado de Georgia; a Ryan Stonesifer que se habían ido a Orlando y a Richarse Wouters le espetó directamente: “Ellos no viven más acá, esta es mi casa”.

Mike, el joven popular de la fiesta, hablaba con unas chicas en la entrada cuando uno de los amigos de Tyler le dijo: “Huelo gente muerta”. Mike, intrigado, le preguntó qué quería decir con eso, pero el skater se rió y se fue. Solo era una broma macabra.

Uno de los juegos preferidos de la noche fue el llamado beer pong (intentar embocar pelotas de ping-pong en vasos de cerveza). Al lado de la mesa donde habían armado el desafío, estaba el escritorio de los Hadley donde algunos jóvenes ponían canciones de YouTube en la computadora de Mary Jo. A uno de ellos le llamó la atención que el nuevo teclado blanco estuviera manchado de marrón. Pensó que era gaseosa o cerveza. Otro adolescente, Jose Erazo, después de ganar doce juegos de beer pong escuchó que alguien decía: “Él asesinó a sus padres”. Un buen chiste que todos festejaron con carcajadas.

El cuarto del hermano mayor, Ryan, parecía saqueado. Los invitados habían roto el marco de la cama y las sábanas estaban revueltas en el piso. A la madrugada llegó Stephanie Castaneda y cuando fue al baño encontró al viejo perro beagle escondido en el box de la ducha. Más o menos por esa hora se quedaron sin reservas de cerveza. Tyler le pidió a Mark Andrews y a su novia Ashley que lo llevaran a la estación de servicio Sunoco. Mark ya tenía 21 años y podía comprar alcohol. Tyler le dio un manojo de billetes de 20 dólares para que bajara a pagar mientras él y Ashley esperaban en el auto. En ese rato, Tyler le reveló a Ashley que su padre había muerto. Ella no conocía a los Hadley y pensó que la muerte de la que hablaba el dueño de casa era algo ocurrido en el pasado lejano.

La fiesta continuó con marihuana y más desmanes. Uno de los asistentes arrancó la casilla de correos del vecino y se la colocó en la cabeza como un casco de un disfraz. Tyler se puso histérico. Le dijo a los gritos que eso era un delito y que tenía que ponerla de nuevo en su lugar.

Justin Wright, un invitado que llegó poco antes de las dos de la mañana, vio que el piso de cerámicas blancas de la casa era un asco, que los marcos de fotos se habían caído de las paredes y roto en mil pedazos, que había platos con restos de fideos apilados en la cocina. Asombrado le preguntó a Tyler si en su casa no había reglas que respetar. El joven respondió que no: “Acá, vos hacé lo que quieras”. Cuando Justin se unió al juego del beer pong y se le fue la pelota debajo de la mesa observó que se había manchado con una sustancia marrón y pegajosa. Fue a la cocina, la lavó y volvió a jugar. Se enteraría después de que había lavado la sangre de Mary Jo.

Desesperado por hablar

Antes de que su amigo Mark Andrews se fuera de la fiesta, Tyler le dijo que había hecho algunas cosas que podrían enviarlo a prisión.

Mark: de qué estás hablando?

Tyler: Sé que no me vas a creer, nadie me cree. Yo maté a alguien.

Mark: si mataste a alguien es tu problema, no me digas esas cosas. No quiero saberlo

Tema terminado.

Cuando otro joven llamado Ricardo Acevedo fue a agradecerle la fiesta, Tyler le dijo que quería hacer algo.

Ricardo: qué es lo que vas a hacer?

Tyler: voy a suicidarme

Ricardo: por qué lo harías?

Tyler: por que hice algo realmente malo

Ricardo: qué hiciste? no puede ser para tanto…

Tyler: no te preocupes. Si me agarran iré a la cárcel por mucho tiempo.

Tyler se dirigió después a su cuarto donde encontró a Kimberly Thieben. Le reveló que él desaparecería por 60 años. Ella no le prestó ninguna atención.

Tyler quería confesar su secreto, pero nadie deseaba escuchar. Le pidió entonces a su amigo de la infancia desde los 8 años, Michael Mandell, ir a caminar. Quería contarle algo. Fueron hasta la esquina, justo donde estaba el cartel rojo de “Pare”. Ahí Tyler se dio vuelta y le dijo en la cara:

Tyler: Maté a mis padres.

Michael lo miró incrédulo y en total silencio.

Tyler: Michael estoy diciendo la verdad. No te estoy mintiendo. Si mirás bien vas a ver señales.

Nota completa: Infobae

 

 

11/7/2023
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Directora: Patricia Ortega Contacto: info@iurenoticias.com.ar
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